1.
La idea de que este blog es como una casa vacía que voy amueblando semana tras semana para que, si algún día alguien vislumbra, por ejemplo, la arquitectura sensorial de Dantalión, tenga un lugar a donde venir a corroborar o corregir sus sospechas, me ha hecho pensar en algo que dijo Heidegger en su entrevista a Der Spiegel de 1966: que solo un dios puede salvarnos, pero que el dios no puede ser creado ni atraído, que todo lo que podemos hacer es «preparar una disposición para su aparición o su ausencia». Algo así como el «constrúyelo y vendrán» de Campo de Sueños, solo que a lo mejor no vienen. En cualquier caso, he revisitado la entrevista y se me han ocurrido algunas ideas.
No voy a hablar aquí del antisemitismo de Heidegger, que él se pasa media entrevista negando: tengo un ensayo esbozado sobre cómo no solo era Heidegger realmente un antisemita (o más generalmente, un xenófobo), sino que además este antisemitismo deriva de forma lógica de los errores de hipercorrección que comete en sus concepciones del lenguaje y de la historia. Aquí solo me interesa la mitad de la famosa frase «Solo un dios puede salvarnos». Esta frase suscita inmediatamente dos preguntas: ¿Qué significa «dios» en Heidegger? Y ¿qué significa «salvación»? Me voy a centrar en esta última.
2.
Salvación. Heidegger considera que llevamos al menos 2500 años olvidándonos de «el Ser», habitando en cambio entre «seres», y que este olvido se ha ido acelerando últimamente y tomando el aspecto concreto de la «tecnología». Todo esto, evidentemente, resulta muy misterioso. ¿El «ser»? ¿Los «seres»? ¿La «tecnología»?
Por «tecnología» Heidegger no se refiere solo a las televisiones o los automóviles, sino al pensamiento tecnocientífico en el que estos se originan. Hay una concepción del mundo que afirma que todo puede ser medido, y que solo lo que puede ser medido existe. Este pensamiento reduce la realidad a entidades (seres, cosas) que a su vez ocupan lugares en la cadena causal inmanente (espaciotemporal). Nada existe fuera de la cadena causal de las cosas.
Ahora bien, estas ideas, que triunfan a través de los logros de la ingeniería y se expanden a través del capitalismo, no solo nos ubican en un mundo espiritual inhabitable y deshumanizado, sino que, al concebir la realidad como una serie de reglas que conducen a objetivos, al ver el planeta bajo el prisma exclusivo de recursos a explotar, conduce también a un mundo físico igualmente inhabitable y, con ello, a nuestra propia extinción.
Pero si la realidad no está solamente compuesta de entes mensurables, ¿de qué está compuesta? En El origen de la obra de arte, Heidegger utiliza el ejemplo de una roca, cuya pesantez no se deja atrapar en la medida. Partir la roca por la mitad no nos revela su interior, resumirla en sus propiedades no consigue describirla, decir que «pesa 3 kilos» no nos comunica la sensación que produce en la mano.
Imaginemos un robot hortelano. El robot contiene una serie de reglas que le informan de la cadena causal: las semillas germinan en la tierra y de ellas crece la planta. El robot es capaz también de identificar visualmente los elementos «semillas» y «tierra», y es por tanto capaz de sembrar. Pero el mundo que habita el robot no es un mundo, porque las relaciones entre los elementos son esquemáticas. Sus cadenas causales carecen de historia: son verdades supuestamente eternas y universales, desarraigadas. El robot no tiene un hogar, porque no es nada más que un mecanismo más en una realidad hecha de mecanismos.
Imaginemos ahora a un hortelano humano sosteniendo un puñado de semillas en las manos. No solo contienen las semillas la posibilidad de su germinación («posibilidad» es cadena causal en primera persona), sino todo un complejo de asociaciones (las semillas vistas en las manos de un padre, su olor cuando son tostadas para una guiso) irrelevantes para la cadena productiva pero que crean alrededor de las semillas un mundo (un horizonte, porque podemos desplazarnos a cualquier otro elemento y descubrir nuevos entramados), y suponen en realidad su esencia.
La salvación, pues, tanto en el sentido vital de evitar nuestra propia extinción, como en el espiritual de re-encontrar un «hogar» en la tierra a través de nuestro enraizamiento histórico en ella, consistiría en regresar a nivel colectivo al mundo del hortelano humano. ¿Qué aspecto tiene esto? Heidegger no lo describe, y de hecho este es el punto en el que dice que solo un dios puede salvarnos. Lo que yo creo que quiere decir, en su superlativa altivez, es: «yo, filósofo que ha redescubierto el Ser, no puedo salvaros. Todo lo que puedo hacer es preparar el terreno, crear un espacio para la llegada o la ausencia de un dios»1.
3.
Crítica. Creo que Heidegger, según su costumbre, toma una idea acertada y la lleva demasiado lejos.
Volvamos por un momento a nuestro robot hortelano. Una cadena causal no es solamente una regla explícita, sino cualquier tipo de asociación temporal. Así, por ejemplo, el olor de las semillas tostadas se encuentra asociado con el sabor de un guiso de un modo causal. En el proceso de aprendizaje desde la experiencia, todas las asociaciones son inicialmente estadísticas, porque no tenemos un modo de saber, de entre la infinidad de estímulos que se dan a cada instante, cuáles «causan» el instante siguiente y cuáles son irrelevantes. Solo poco a poco se van refinando estas relaciones (llevamos la cuenta inconsciente, en el grosor neuronal, de qué elementos suceden a cuáles otros) que después, en contadas ocasiones, pasan a ser pensadas y comunicadas.
Es decir, si el robot hortelano no ha sido programado, sino que le hemos dejado que aprendiera por sí mismo, se ha debido de ver forzado a registrar todo tipo de datos sensoriales que después ha refinado en redes causales. También él tendrá entonces «recuerdos» que parecen irrelevantes para la simple cadena causal de la siembra, también él habitará un mundo y un hogar, también sus verdades serán históricas y no universales.
Y por lo que respecta a la pesantez de la roca: no existe. Pesantez es la cosificación, substanciación por parte de Heidegger y otros, de lo que en realidad no es más que un proceso: todos nuestros estímulos consisten en el procesamiento de los datos sensoriales. El robot que sostiene la roca en la mano, causando una variación en la resistencia eléctrica de un transductor que la ubica en el entramado de infinidad de relaciones causales que constituye su sistema cognitivo, no se diferencia en nada esencial del hortelano que sostiene la misma piedra, y cuyo sistema nervioso comunica a su cerebro su posición relativa en un entramado equivalente. El peso, el color, el olor, son señales utilizadas para la ubicación: la realidad es la ubicación, no la señal. Los qualia no existen.
- En Nietszche, de 1961, Heidegger se queja de que, décadas después haber publicado El Ser y el Tiempo, el Ser permanezca olvidado. Esto me hace pensar que en algún momento albergó esperanzas de cambiar nuestra forma de habitar el mundo con sus ideas, algo que le parece imposible en la entrevista: si los filósofos pueden influir, dice allí, ha sido siempre de forma indirecta, pero ni siquiera esto es ya posible. ↩︎